El pasado

Jaime Irra Carceda
El pasado vive en el frontal de la memoria,
asido a las paredes, sentado en un sillón.
Se mece en la hamaca del jardín,
en el columpio, en el subeybaja.
Está en la música,
en las fotos en blanco y negro.
Ahí está, en la mirada que mira las estrellas,
en el sueño del que duerme a sobresaltos,
en las manos que tocan los fantasmas.
Está en los sabores, en el olor a ropa vieja;
el pasado permanece, es terco,
no tiene prisa por irse al olvido.
A  veces se le ve por la ventana,
parado en el hueco de una puerta,
asomado en el balcón que da a la calle.
El pasado hace cualquier cosa,
provoca lágrimas, risas y sonrisas,
cosquillas en quien lo toca.
El pasado somos nosotros
que alargamos las manos al futuro incierto.
II
El pasado no se ha ido, ahí está…
como la huella de un tiranosaurio
en una piedra,
como un fantasma en la memoria,
como una foto en sepia.
Deambula entre nosotros,
a veces como alma en pena,
o en la alegría que se hace llanto,
lágrimas dulces.
El pasado puede estar dormido,
echado en nuestros sueños
y luego convertido en pesadillas.
Cerca, a la vuelta de la esquina,
está el pasado… o lejos,
ahí donde inicia la conciencia.

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