De noticias y generaciones (IRZA cumple 28 años)

Elino Villanueva González (El Croniquero)

La decisión fue determinante, inobjetable: escondan las máquinas de escribir.

Todos los periodistas de la banda de entonces tenían instaladas a su lado, para su servicio, una computadora, con su teclado y su monitor, casi el último grito de la moda en tecnología, pero se resistían a dejar las Remington, las Olimpias y las Olivetti con las que parecían haber nacido.

“Eran apenas unos cuantos centímetros de distancia y segundos de tiempo entre el pasado que se resistía a marcharse y la modernidad que avanzaba avasallante”, dice ahora don Jaime de aquella época anecdótica.

Hasta que de plano se dio la orden al “hueso”, personaje emblemático en todas las salas de redacción de los periódicos de México y del mundo: “Esconde las máquinas, súbelas al cuarto de servicio y ciérralo con llave”.

Por lo general, el “hueso” era un ayudante que por obra de la casualidad aparecía en los periódicos y se iba metiendo en el ajo hasta terminar, varias regañadas después, muchas suplencias de emergencia cubiertas, sustituyendo a uno que otro de los diaristas que no llegaban a trabajar por haber agarrado la jarra.

A regañadientes, entre bromas y en serio, los tundeteclas -literal, porque algunos escribían hasta con ritmo, unos solamente con los dos dedos índices, y los compases se unían de un lado a otro para construir una armonía de inteligencia, sabiduría, agilidad mental y competencia sana, auténticos diccionarios vivientes- no tuvieron más opción que entrarle al “mouse” y al “click”.

Ya habían pasado de moda los télex, esos armatostes alemanes ruidosos que operaban con el Código Morse de puntos y rayas, y cuya señal robada por los espías en las interferencias hizo ganar batallas memorables en la primera y la segunda guerras mundiales y de hecho al mismo Pancho Villa en la Revolución.

Ni se diga los linotipos, los tipómetros, las galeras y las barras de plomo hirviendo para revisar las pruebas y las impresiones en “prensa caliente”, en las que los pliegos de hojas se plasmaban por cada cara y luego había que voltear el fajo enorme para imprimirle la otra, las páginas inversas.

A todos por ese tiempo los tenía impresionados el portento del telefax.

En compañías grandes y pequeñas, en oficinas de Gobierno y no se diga en los periódicos daban prestigio los aparatos, grandes y pequeños, de modelos de todo tipo (luego se les llamó sólo “fax”), a los que se les cambiaban los rollos de papel sensible para que una línea de impresión plasmara los documentos enviados a distancia.

Eran los golpes impresionantes de la modernidad tecnológica, una avalancha de inventos y sofisticaciones que de pronto nos sorprendieron con un Messenger inaudito que permitía estar comunicado al mismo tiempo con varias personas en distintas partes del mundo, conversando.

En ese tránsito vertiginoso, irreversible, cuando de un rato a otro las tarjetas perforables cedían su paso a discos magnéticos para grabar cantidades inimaginables de información, a don Jaime Irra Carceda -acapulqueño, para más señas, sin duda un periodista emblemático-, se le ocurrió fundar una agencia de noticias.

¿Una agencia de noticias? ¿Y eso?

Entre que sí y que no, los propietarios de cuatro medios de comunicación -la entrañable XELI y tres periódicos- de Chilpancingo, la capital del estado de Guerrero, le dijeron que sí, que aceptaban el servicio, que enviara la información de su agencia de noticias.

La empresa se llamaría “IRZA”, una composición originada en los apellidos Irra y Zamora, y su fundador jamás se imaginó lo que estaba logrando. Casi todas las agencias de noticias del mundo eran propiedad de cada Estado, difundían a su modo la información para proyectar sus ideologías políticas.

Era el contexto. Hasta en México ocurría. La Agencia Mexicana de Noticias (Notimex) llevaba, en el fondo, esa intención propagandística en los tiempos de dominación absoluta del Partido Revolucionario Institucional.

Había esfuerzos adicionales: estaban, por ejemplo, Informex y ANSA, también nacionales, pero IRZA se proyectó desde un principio en lo suyo, y sin pretenderlo se convirtió en la primera agencia regional de noticias, o lo que podríamos ubicar como el primer proyecto en su tipo en provincia.

Nada del Guerrero de los últimos tiempos, con sus vaivenes y sobresaltos, sus adelantos y sus retrocesos en los planos político, social, cultural y económico, se puede contar sin la aportación de la agencia IRZA como alternativa y testimonio del dar cuenta y razón de la actividad cotidiana del acontecer suriano.

Y si en aquellos tiempos eran tres medios informativos los que aceptaron tomar el hilo informativo de IRZA enviado por el riguroso sistema de “telefax”, que requería de llamadas y más llamadas para verificar la calidad de los envíos, a la vuelta de veintiocho años las “vistas” se cuentan por decenas de miles.

Los récords de lecturas y reproducciones y compartimientos de las noticias enviadas desde los modernos “cables” de la Agencia de Noticias IRZA superan los cientos de miles, y periodistas de a pie y de convicción, entre ellos el Croniquero, por supuesto, han cubierto sus servicios con devoción y empeño.

Así que, a la vuelta de casi tres décadas, habría que agradecer la orden al “hueso” para encerrar las máquinas de escribir y sustituirlas por los teclados de las computadoras, para subir a los periodistas al tren de las nuevas tecnologías, sin lo cual no habría sido posible estar a la altura de la vertiginosidad de las exigencias.

Digno ejemplo, desde el suriano avispero, de que sí se puede vencer la resistencia al cambio, principal problema del mundo. Salud a quienes, junto con don Jaime Irra Carceda, dieron el primer “click” en su “mouse” y siguen cumpliendo -y ante todo disfrutando- del papel protagónico de IRZA. Sí, pues.

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